Miguel Ángel Sandoval
El país vivió de manera acelerada, varios años del pasado reciente en unos pocos días en la Sala de Audiencia de la Corte Suprema de Justicia. Los horrores de la guerra desfilaron por la vía de testigos y peritos, pruebas forenses o filmes. La conclusión fue categórica: hubo genocidio y delitos de lesa humanidad. ¡Sin embargo están los ciegos, sordos y testarudos que no lo vieron! Y ahora apuestan por una falsa polarización ideológica. Que si existe, tiene origen en la desigualdad social, la miseria, el hambre, la explotación que no cesa, la expropiación de miles, las riquezas no explicadas, y la mentalidad del siglo XIX que hay en elites empresariales y sus corifeos.
Pero el punto central es que el director de orquesta del genocidio cometido ya fue juzgado y condenado. Queda a lo sumo el recurso de nuevos intentos de entorpecer la condena y esfuerzos por anular el juicio. No obstante, el genocidio ya está grabado en la piedra nacional. Hubo autores materiales, intelectuales y financieros. Aunque en este juicio únicamente se juzgó al director de la orquesta como ya indique. Toca a las autoridades de gobierno acatar las decisiones judiciales.
Aun con todas las maniobras procesales, la destitución del tribunal, el desconocimiento de toda la prueba científica presentada; nadie, pero nadie, podrá negar a futuro que en este país, un gobierno dictatorial, producto de un golpe de Estado, que gobernó a base de decretos leyes, con tribunales de fuero especial y con tierra arrasada, cometió genocidio. Es el gobierno golpista de Ríos Montt el cuestionado y el golpista y dictador el condenado. Es a este, que sus abogados dormilones e incompetentes, no pudieron defender, porque era indefendible. Es delirante que pretendan victimizar al arquetipo del genocidio nacional.
Toca ahora pensar en construir varios niveles de confianza ciudadana. La primera, y creo que es la que tiene mejores posibilidades, es la justicia. Debe ser vacunada de abogados venales y jueces de piernas flojas. Se debe encontrar la ocasión para retomar la agenda de la paz que sea pertinente, y trabajar en serio por la conciliación nacional. Ello pasa por el abordaje democrático de la conflictividad social instalada, producto de la acumulación de demandas sociales insatisfechas. En el esfuerzo nacional que debemos impulsar, el papel de los medios de comunicación es vital: deben apostar por la democracia y el Estado de Derecho.
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