Foto: Arturo Albizures |
Carlos Figueroa
Ibarra.
Los adversarios de
caracterizar la matanza de 200 mil guatemaltecos durante los años del conflicto interno
coinciden en su argumento principal. En
Guatemala “las atrocidades” se
hicieron porque se quería acabar con la
insurgencia, no con un grupo étnico en particular. Por lo tanto en la medida en
que no hubo eliminación de grupos en función de su adscripción étnica, no hubo
genocidio. Esto es lo que he leído de manera burda en los volantes y
comunicados de la Fundación contra el Terrorismo, de manera indignada en las
declaraciones del presidente Otto Pérez Molina,
Antonio Arenales Forno y los defensores de Ríos Montt y Rodríguez y
finalmente, de manera más elaborada en
las entrevistas y escritos de Gustavo Porras y mi buen amigo Adrián Zapata.
Con
su inteligencia habitual, Gustavo estira todavía más el argumento de la derecha
insurgente: no hubo genocidio no solamente porque no se intentó eliminar a una
etnia, sino porque pensándolo bien las etnias en Guatemala ni siquiera existen…
Foto: Arturo Albizures |
El origen del argumento
de las derechas contra la existencia del genocidio en Guatemala, en realidad no
se sustenta en un examen riguroso de la verdad histórica sino en una argucia
legal. La convención de la ONU sobre el Genocidio de 1948 acordó que por tal se
entendía la matanza intencional, parcial o total de un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Se eliminó por
falta de consenso incluir un quinto grupo: el político. Esta omisión derivada
de la correlación de fuerzas heredada de la segunda guerra mundial se volvió precepto
jurídico en base al cual se hacen las acciones penales contra los genocidas. No
está sustentado en un rigor científico sino en una conveniencia política. Puede
uno explicarse que el argumento de que
no hubo genocidio porque no hubo etnocidio lo puedan usar los acusados y sus
defensores, los que temen que en el futuro se les implique en actos genocidas,
los voceros de la derecha contrainsurgente. No así de quienes pretenden ser
cientistas sociales y fundamentar científicamente sus análisis.
En efecto en Guatemala
la intención del genocidio, que en rigor
histórico es toda matanza en gran escala, no fue la “limpieza étnica”. El
sentido general de la matanza fue el
politicidio y no el etnocidio. Sin embargo,
en momentos y regiones la matanza de carácter anticomunista se volvió
intencionalmente etnocida. Simple y
sencillamente porque en la lógica
perversa de los genocidas había que destruir a una etnia parcialmente -o si era necesario totalmente-,
porque se presumía que esa etnia parcial
o totalmente estaba controlada por la “subversión comunista”. La
intencionalidad contrainsurgente se mezcló de esa manera con una
intencionalidad etnocida. El genocidio se volvió etnocidio en momentos y lugares precisos. Uno de esos
momentos y lugares fue lo acontecido en el triángulo Ixil en 1982.
Gustavo Porras
argumenta que en 1967 la matanza en el
oriente del país no afectó a pueblos mayas y
que ello evidencia que en
Guatemala no hubo etnocidio. En la matanza en la Sierra de las Minas y regiones
aledañas, el genocidio contrainsurgente ciertamente no se volvió etnocidio
porque la población que era la base
social de la guerrilla en aquella
zona era ladina o mestiza. El genocidio necesitó ser etnocidio cuando la
insurgencia prendió en el altiplano
central y septentrional del país. Esto
explica por qué para matar en gran
escala a los ixiles, el ejército pudo
haber usado a soldados que provenían de otras etnias. Y explica la razón
por la cual más del 80% de los muertos y
desaparecidos por la acción del Estado fueron personas provenientes de las
etnias mayas.
Negar el genocidio en
Guatemala es bastante explicable por conveniencia ideológica y política. No por
honestidad o inteligencia.
Gracias Carlos, como siempre brillante tu artículo. Importantes argumentos para que -quienes todavía creen que se puede negar lo innegable- lo entiendan. Saludos
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