Importa ganar esta batalla ideológica, no Ríos Montt como persona.
Mario Roberto Morales
Si a algún
europeo imbécil se le ocurriera vociferar en su país que no hubo
genocidio en Europa porque los nazis no solo mataron judíos sino también
gitanos y homosexuales, incurriría en delito. Aquí, por el contrario,
sobran los “pensadores” que afirman que como entre los ixiles hubo
también algunos quichés masacrados, eso prueba que en el Triángulo Ixil
no ocurrió nada de eso que llaman genocidio, pues el Ejército fue tan
democrático durante la “tierra arrasada” que no discriminó a nadie a la
hora de aniquilar a quienes consideró sospechosos de simpatizar con los
guerrilleros. Por eso mismo
–claman estos
“intelectuales”–, las masacres no obedecieron a la malévola intención de
aniquilar a un pueblo –en este caso el ixil–, no señor; se trató tan
solo de masacrar a los colaboradores de las guerrillas, los cuales,
casualmente y para su mala suerte, eran indios desarmados e indefensos
morando en sus aldeas.
En su alocución
de autodefensa ante el tribunal que lo condenó a 80 años de prisión
inconmutables por el delito de genocidio, Ríos Montt incriminó a sus
subalternos al afirmar que éstos no le informaban nada de lo que hacían
cuando perpetraban las masacres necesarias para “quitarle el agua al
pez”, por lo que –aseguró– él no era responsable de las mismas, sino que
lo eran sus oficiales de campo. Se colige de aquí que –de acuerdo al
soldadito delator– los que deben ser juzgados por genocidio son los
mandos medios a las órdenes de los cuales la kaibilada mató, violó,
mutiló y torturó hasta el hartazgo. Con ello, el histérico soplón
ofreció un inmortal ejemplo de espíritu de cuerpo.
Por su parte, los
columnistas serviles de la derecha se indignan ante la posibilidad de
que aquí –como en Europa– se considere delito negar el genocidio, y
alaban la alocución de autodefensa de Ríos Montt como una pieza de
oratoria elocuente, mucho mejor –dicen– que las de sus abogados
defensores ante el tribunal de sentencia. Quizá tengan razón, aunque
esto sería objeto de un concurso para deficientes mentales.
Pero no nos
extrañemos de esto, ya que es justamente la irracionalidad lo que
explica y anima a los defensores del desbocado general eléctrico. Los
milicianos de Huehuetenango, los integrantes de las ex-Patrullas de
Autodefensa Civil y el puñado de ixiles renegados que gritan a las
cámaras de televisión que en su tierra no hubo genocidio expresan eso:
la irracionalidad de la derecha guatemalteca, a la cabeza de la cual
está el CACIF operando mediante la fanaticada de la Fundación de los
Terroristas, Avemilgua, la Liga Pro Patria, la UFM y otras agrupaciones
fascistas y nostálgicas del pasado dictatorial, así como por medio de
los cuerpos de seguridad que conforman los ejércitos privados de las
mineras y otras firmas del capital transnacional –de las que los del
CACIF son socios minoritarios–, los cuales asesinan dirigentes
populares.
Pero al CACIF no
le importa Ríos Montt como persona. Solo intenta ganar esta guerra
simbólica porque sabe que en ella va la versión histórica de nuestra
memoria y porque el precedente jurídico permite ya enjuiciar a sus
miembros como financistas del genocidio y no solo a los oficiales
delatados por su jefe. A este, los tres siervos del CACIF que le lavaron
la culpa no pudieron quitarle la suciedad. Por ello, seguirá preso a lo
largo del nuevo juicio. Esa batalla ya se ganó. La otra, apenas está
empezando.
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