Solo quien ha sido y es vendedor,
vendedora de mercado sabe el dolor que están sintiendo las personas que tenían
sus locales en La Terminal y que se convirtieron en ceniza. Dolor agrio que se
vive en la invisibilidad de un sistema y de una sociedad de mierda. El resto
podrá criticar el proceder de los bomberos, de la mala organización, de la
falta de agua, del mal gobierno. Podrá decir que lamenta mucho lo que está sucediendo. Que
pobre gente, que ojalá se recupere pronto. Que Dios los cuida. Que sabrán salir
adelante. Los racistas y clasistas
podrán maldecir que las llamas no consumieran el mercado en su totalidad. Pero
el dolor, el dolor crudo solo lo siente quien ha visto pasar la vida desde un
puesto de mercado.
No es la primera vez que se incendia –o
que provocan los incendios- La Terminal,
he visto arder en llamas a ese mercado en muchas ocasiones a lo largo de
mi vida, lo vi de niña, de adolescente y mujer. Lo sigo viendo como la heladera
que soy y mi sentimiento es de vendedora de mercado, no puede ser otro. Mi
sentir es el mismo de quienes le roban horas al día para buscarse el sustento
en el vaivén de un mercado. La Terminal de mis avatares, cuánta historia y
cuánta esencia esconden sus pasillos, interminables vivencias de gente que se atreve a enfrentar
la adversidad en un país tan descabal.
No sé cuántas veces me han dicho en mi
vida que tengo boca de vendedora de mercado y lejos de ofender me honran: porque no tengo solo la boca, también
el cansancio, el hambre, el desasosiego, la frustración, la urgencia, el
contratiempo tocando a mi puerta. Tengo mis hombros exhaustos, mis lágrimas
secas y el ímpetu de no agachar la mirada y continuar de frente desafiando la
inequidad. Porque ésa es mi realidad, porque soy mercado, porque eso es el mercado,
porque imperceptible a los ojos de quien no sabe –o no quiere- mirar, viven
miles que también se atreven a soñar. La mujer que escribe estas letras fue, es
y será vendedora de mercado.
El mercado tiene su propia atmósfera,
única, sui géneris. Una cosmovisión que
pocos entienden y perciben. Se puede ver la solidaridad humana en toda su
expresión en un mercado, ahí nadie está
por encima de nadie, nadie se queda sin
comer, ahí sobran hombros y lealtad. Sobra la valentía. Si alguien cae hay diez pares de manos ayudándole a que se levante. Si alguien no tiene para el pasaje ni qué decirlo , siempre hay alguien que le
ofrece lo de su almuerzo del día
siguiente para que suba en ese autobús y
vaya donde tenga que ir sin preguntarle para cuándo lo devuelve.
Cuánto le debo yo al mercado. Cuánto a
las personas que le dan vida. En el mercado La Terminal mi papá trabajó de
cargador de bultos cuando recién llegamos a vivir a la capital, La Terminal me
vio de transformarme de niña a mujer,
todos los lunes a las cinco de la mañana ya estaba adentrándome en sus
corredores, buscando la fruta para hacer los helados. Conozco ese mercado como
la palma de mi mano. Inicié cuando tenía
8 años de edad, iba sola con mi costal de manta y fue el último mercado que
caminé antes de emigrar. No podía irme de mi país sin despedirme de una de mis
querencias más añejas. Le debo mi fascinación por las líneas de tren a la
ferrovía que lo atraviesa. Al igual que ellos mis días comenzaban a las tres de
la mañana y terminaban a las doce de la noche.
Ese mercado donde no solo fui a comprar
sino donde aprendí de su singular proeza, donde desde niña conocí el esfuerzo
de miles que despiertan el día antes de que el gallo cante. Pluricultural,
multilingüe y multiétnica así es La
Terminal.
Es injusto y desconsiderado que alguien
se atreva a tildar de culpables a los y las vendedoras de ese mercado por el
incendio que bomberos sin los recursos necesarios no pueden apagar, culpable es
esta sociedad miope, que cuando habla es para criticar no para ser parte del
cambio. Culpable es este sistema que a los ricos los hace más ricos y a los
pobres más pobres.
Cuánto cuesta en los hombros de un
vendedor, vendedora de mercado poder
proveer de techo, alimento y educación formal a una cría, a sus crías. Cuánto
cuesta evadir las miradas que calumnian, señalan, enjuician, desacreditan el
esfuerzo íntegro de quien tiene que buscar debajo de las piedras las herramientas para sobrevivir porque
diariamente le son arrebatas.
No es un solo un incendio que se llevó
las cosas materiales, no. Es un incendio que se llevó el esfuerzo de vidas
enteras trabajando a deshoras, ahí donde
quienes venden en su mayoría son migrantes que buscaron sustento en la capital
y que abandonaron sus terruños. La mayoría analfabeta pero con una dignidad que
hace temblar a cualquier egresado de universidad.
Se podrá realizar un análisis profundo de
esos que entregan impresos los gobiernos, la gente que sabe de sociología,
antropología, inclusive psicología,
medicina también, haciendo un recuento de los daños materiales y resabios emocionales entre los afectados y
atreviéndose a recomendar tales o cuales procedimientos para prevenir o para
lidiar.
Pero nadie absolutamente nadie que no
haya vendido en un mercado por más
conciencia que tenga, podrá jamás sentir el dolor y la desolación que están
viviendo esas familias en este momento ni los tiempos que están por llegar.
Nadie que no haya crecido ni vivido en la invisibilidad. Característica
especial de quien vende en un mercado es
que solo los mismos vendedores conocen sus nombres reales , porque si es mujer
esta sociedad clasista y racista la llama María y la trata de vos y si es
hombre lo llama Juan y lo trata de vos, eso cuando le quiere poner un nombre de
lo contrario lo llama por el producto que vende. Yo vendía helados y me dicen
hasta el día de hoy heladera, pocas personas saben mi nombre.
Pocas personas de las que ya están
realizando un análisis del incendio sea como tema de conversación a la hora de
la refacción, en la parada de bus, a la hora del almuerzo, o como parte de su
trabajo, han pensado en las y los vendedores del mercado La Terminal como
personas que tienen un nombre, una vida, una ilusión. Si acaso se estará
pensando como un conglomerado de “pobre gente pero es necia porque no se sale
de ahí” “saben que no hay seguridad, ni agua, ni infraestructura” “eso les pasa
por querer estar ahí amontonados”.
Por supuesto que lo soñado es que ese mercado no esté en las
circunstancias en que ha sobrevivido durante décadas, no solo ese sino todos
los mercados de Guatemala que tiene características en común. Mi letra de hoy
no es para hablar del sistema ni de esta sociedad. ¿Qué traerá el mañana para quien hoy amaneció
con su sustento vuelto cenizas? ¿Quién que hoy critica les dará de vuelta su
puesto de mercado?
Nadie, absolutamente nadie. Pero aun así saldrán adelante porque lo han
hecho toda la vida por generaciones enteras, si de algo saben es de adversidad.
Para hablar de un hombre o de una mujer de mercado hay que lavarse la boca con
arenilla roja y piedra poma. No cualquiera tiene la honra de enfrentar
honestamente tanta inequidad.
Mi
letra de hoy es el dolor invisible e incuestionable que solo sentimos quienes
hemos visto pasar la vida en un puesto de mercado. Mi letra de hoy es para las Marías y Juanes habidos y por haber en los mercados del mundo
entero. Porque Marías y Juanes soy yo.
Porque de las cenizas resurgirán en retoño
de encinales, porque la raíz tiene de nombre: dignidad. A ustedes mi letra, mi
amor y mi lealtad siempre.
Ilka Oliva Corado.
Marzo 25 de 2014.
Estados Unidos.
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