TRES DOCUMENTALES DE MIKAEL WAHLFORSS SOBRE GUATEMALA
Sergio Valdés Pedroni
La primera incursión cinematográfica de Wahlforss en Guatemala tiende a la sencillez y a la profundidad de la vida representada, es decir, de la pobreza; la conciencia de clase de los Ralda Ochoa, una familia terrateniente ejemplar; el conflicto de intereses entre la oligarquía y el Ejército –sobre quien la primera descarga la responsabilidad del conflicto “por volverse ricos ilegítimamente mediante su paso por el Estado, la corrupción y la fundación de dictaduras”–; la criminalidad confesa de Ríos Mont (“nos volvemos perros, pero tenemos que matar”); los simulacros electorales y los golpes de Estado; la banalidad del entretenimiento burgués; y como corolario, un conjunto de testigos incontestables sobre las masacres y las torturas, unos porque son niños y jóvenes civiles, otros porque, en tanto campesinos alzados en armas, demuestran desde un sótano resistente, el origen local (no extranjero) e histórico (no espontáneo ni arbitrario) de su legítima rebeldía y su promesa liberadora. Visto a la distancia, este formidable documental, directo y urgente en su momento, devino un muro infranqueable para cualquier intento de ocultar la verdad y tergiversar la historia.
En este caso, la tentativa documentalista de Wahlforss se resuelve en complicidad con la mirada escrutadora de Allan Nairn (periodista) y Jean–Marie Simon (fotógrafa), quienes emprenden un peregrinaje hacia el corazón de la Guatemala profunda y lastimada de los años ochenta.
Aquí, al espectador lo asisten las premisas esclarecedoras de Noam Chomsky y la capacidad de Nairn, Simon y Wahlforss para “representar lo inhumano” sin fracturar la voluntad pasada y presente de justicia. Poco a poco se produce una conmovedora colección de imágenes sobre la edad del horror, cuyas heridas todavía sangran en el interior de nuestra conciencia colectiva. Y como telón de fondo, algunas interrogantes elementales sobre el papel del periodismo y su compromiso ético con la verdad.
A treinta años del rodaje, la descripción de la injusticia y los crímenes aberrantes de las dictaduras, adquiere la voz de una condena irrenunciable, que todavía aguarda su aplicación. Son las imágenes de un cine que trascendió la inmovilidad humana, el silencio y la mentira.
talag, Guatemala (1983)
El parangón inicial de Noam Chomsky entre los campos de concentración Nazi y las aldeas modelo, le sirve a Mateo Petras, integrante del Comité Pro Justicia y Paz, organización laica vinculada a la Iglesia católica, para administrar afirmaciones, hoy de sobra conocidas, sobre lo acontecido por aquellos años: ofensiva contrainsurgente próxima al genocidio, desinformación, tortura, represión selectiva, desplazamiento forzado, etcétera. Y en contrapunto, decenas de rostros sobrevivientes que aseguran en silencio –pese a estar en la fila obligatoria de una Patrulla de Autodefensa Civil en formación– que la paz y la vida es lo mejor que conocen.
Da la impresión que Wahlforss ya escuchaba entonces la indignación que hoy –gracias a su atrevimiento– acompaña nuestro regreso a aquellos acontecimientos hirientes de nuestro pasado. Y quizá no hacía falta sustentarse en el relato cuasi religioso de Mateo Petras, ni revestir algunas de sus imágenes con sesgos ideológicos innecesarios. No obstante, la serenidad y el aplomo de sus planos, así como la utilización acertada del “montaje de oposiciones”, resume tanto el cinismo de los sectores de poder, como el dolor que la sociedad guatemalteca ha cargado injustamente sobre sus hombros.
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