Hugo Gordillo.
El general Efraín Ríos Montt mató a diestra y siniestra, pero, según dicen, nunca se robó un centavo. Su pupilo, el general Otto Pérez Molina, robó a diestra y siniestra, pero, según dicen, nunca mató una mosca. Sin embargo, la historia denegada los desnuda como coyotes de la misma loma, porque ambos han sido criminales y ladrones de cuello verde.
Ríos y Pérez se conocieron en la Escuela Politécnica como maestro y alumno, pero se reconocieron en la política con toda su vileza acumulada. El viejo zorro saltó a la política y le ganó la presidencia a Kjell Eugenio Laugerud García en la década de los 70, pero aceptó el fraude y se fue de agregado militar a España. Como tapaboca recibía un sobre sueldo de seis mil dólares mensuales.
Sus seguidores le perdonarán esa corrupción en el entendido de que, para entonces, el Pájaro Loco era católico y por eso andaba en la perdición. De acuerdo. Pero, cuando los oficiales jóvenes lo pusieron en el triunvirato golpista contra el general Romeo Lucas, Ríos ya era el “hermano Efraín” un hombre convertido y pastor de la Iglesia El Verbo, que llegó al país después del Terremoto de 1976 para “reedificar Guatemala.”
Pues bien, lo primero que hizo el hermano Efraín como gobernante, fue desviar fondos estatales para el fortalecimiento de su congregación El Verbo, sobre la que cayó abundancia bíblica emanada de los bolsillos de los contribuyentes. A eso se suman los regalos personales de gente del CACIF, por su trabajo de junta cadáveres, poniendo bajo tierra a tantos comunistas que no permitían el desarrollo de Guatemala, amén del manoseo de las finanzas del Ejército, institución putrefacta que nunca ha sido cuenta dante.
En la aventura golpista le acompañaron los capitanes Otto Pérez Molina, Mario López Serrano y Roberto Letona Hora. Estos integraban parte de la “rosca golpista” que el mismo Ríos se encargó de reducir. Los tres tristes tigres se quedaron sin voz ni voto en la cúpula gubernamental. Para colmo de males, les llegó la orden 10 que los enviaba al combate y los sacaba del confort capitalino, pero más que eso, los alejaba del control de la corrupción que arrastraban desde tiempos de Romeo Lucas García.
Molina, Serrano y Letona, se reunieron con el criminal propietario del vende patrias partido Movimiento de Liberación Nacional, Mario Sandoval Alarcón. Al escuadronista de la muerte le propusieron dar un contragolpe de Estado. Ríos los arrestó unos cuantos días. Tras liberarlos, les advirtió que, si seguían chingando, los iba a denunciar, no por complotistas, sino por corruptos. El triunviro tenía información de que los capitanes invirtieron 300 mil dólares en una empresa privada, con dinero robado en la Guardia Presidencial y el Estado Mayor Presidencial, a donde estaban asignados.
Es a partir de estos conflictos donde la horda militar se convierte en dos bandos. Hasta antes del golpe existía La Cofradía con una pléyade de altos mandos criminales desde la década de los 60. Durante el golpe surgen los Oficiales Jóvenes, de la calaña del capitán Mauricio López Bonilla, que después de los líos con Ríos, se atrincheran en El Sindicato, otra pléyade de mandos medios criminales de la década de los 80, liderada por la Promoción 73 de la politécnica, con Pérez Molina a la cabeza.
Pérez Molina urde y ejecuta su venganza, apoyando un nuevo golpe. No le importa que el nuevo jefe de Estado, Óscar Mejía Víctores sea otro más de la Cofradía, siempre y cuando le dé el carpetazo a su mentor y archienemigo. Desde la llanura, en 1990, Ríos Montt crea el partido FRG con dinero de empresarios del CACIF, los mismos que le financiaron parte del genocidio, oficial y extraoficialmente, y con los militares que le apoyaron en el golpe, excepto los corruptos oficiales jóvenes como él.
Experimentado en esas jugarretas de golpes de Estado, Pérez Molina, junto con los generales Francisco Ortega Menaldo y Manuel Antonio Callejas, dos de los grandes cofrades ladrones y criminales, orillan a Jorge Serrano Elías a dar el golpe de Estado, a causa de las negociaciones de paz, que daría al traste con el negocio de la guerra en la que la Cofradía se había beneficiado durante 30 años, y el Sindicato de reciente ingreso en el negocio.
Cuando la prensa, la sociedad civil y la población rechazaron el golpe, el Ejército traidor se lavó las manos, le quitó el respaldo a Serrano y lo envió a Panamá con una maleta de dólares y unos palos de golf que le había regalado el gobierno de Japón. La presión externa e interna obligó al Ejército a continuar con la negociación de la paz. Durante el proceso, los militares se prepararon para que la paz siguiera siendo su negocio, como en la guerra; y ahí están, en su salsa.
Como consecuencia, tenemos a Pérez Molina, firmante de la paz, mientras su maestro tragaba bilis. Ríos Montt se burlaba del proceso y de los firmantes. En sus círculos cercanos se vanagloriaba de haber sido el gran pacificador de Guatemala. Pérez tendría más motivos para cagarse de la risa a costas de su maestro: vio pasar el cadáver del FRG y el nacimiento y ascenso de su propio partido, el Patriota, último refugio político de canallas.
Cuando el FRG llevó a la presidencia a Alfonso Portillo, Pérez Molina renunció al Ejército. El papel corrupto que Pérez jugó en las fuerzas armadas durante su carrera, fue estelarizado, después, por Enrique Ríos Sosa, que por influencias de su padre Efraín, fue puesto en las finanzas del Ejército. Ríos Sosa, siete militares más y algunos civiles, son procesados por el traslado de casi 500 millones de quetzales a cuentas particulares.
Entre campañas y gobernanzas del FRG y el PP, ocurrió una serie de atentados terroristas en contra de familiares, amigos y correligionarios de Ríos Montt y Pérez Molina, ejecutados por alas del Sindicato y la Cofradía. Por supuesto, nunca hubo una acusación recíproca entre ambos criminales, pero el odio a muerte que se profesan hasta hoy, dejó algunos muertos en el camino.
Aunque tímidamente, la justicia ha unido a estas dos lacras nacionales. Ríos Montt, el que “no robó, no mintió, ni abusó,” es procesado por genocidio de ixiles, en cuyo territorio empezó su Plan Sofía, que dejó más de 400 aldeas arrasadas, un reguero de miles de muertos y cientos de cementerios clandestinos, entre hombres, mujeres, niños y ancianos inermes.
Pérez Molina, que como capitán participó del genocidio ixil, es un expresidente de vacaciones en la Zona Militar Mariscal Zavala, mientras es procesado como el principal en la línea de mando de la más grande organización saqueadora del Estado denominada La Línea, que con “mano dura, cabeza y corazón” dejó al gobierno con una mano adelante y otra atrás. A estas alturas, la historia debería reconocer a ambos como los más grandes ladrones criminales de la guerra y de la paz de un país que asume su historia como verde olvido.